Allá por los primeros tiempos de nuestra democracia, Manuel Fraga espetó desde la tribuna del Congreso de los Diputados una de sus frases más famosas: “la calle es mía”. La frase no tiene disculpa alguna, pero teniendo en cuenta que se trata de un exministro franquista en un contexto temporal de una democracia en pañales, no parece extraño.
Lo que sí es preocupante es que después de casi treinta y cinco de la muerte del dictador, y cuando tenemos ya (o eso pensábamos) una democracia consolidada haya algunos personajes que actúen como si su ámbito de gestión fuera un cortijo privado, haciendo y deshaciendo a su antojo, creyendo que no tienen que dar cuentas a nadie.
Así está actuando, por ejemplo, la ilustre Alcaldesa de Valencia, doña Rita Barberá. Resulta que se le ha antojado hacer una gran avenida que conecte en línea recta el centro de Valencia con la playa, para no tener que callejear cuando la señora quiera poner a remojar sus posaderas en la Malvarrosa.
En el camino desde su casa a la playa, doña Rita se ha encontrado con un humilde barrio de pescadores, el Cabañal, y ha decidido quitarlo del medio. Da igual que se trate de un barrio singular, con gran valor histórico y cultural. La Alcaldesa es ella y si quiere se lo carga. Si se opone el Ministerio de Cultura, llama a su amigo el de los trajes y con su mayoría absoluta en la Comunidad aprueban una ley que le permite meter la excavadora. Y si la ministra recurre al Tribunal Constitucional, la denuncia por prevaricación. ¡Ni el barrio, ni sus vecinos, ni la ministra, ni el sursum corda puede oponerse a los deseos de doña Rita! ¿Cómo se atreven?
Los moralos sabemos de qué va el tema, porque tenemos uno de estos especímenes sentado en el sillón de Alcaldía. Que un club de fútbol defiende lo que cree que le corresponde, pues rompe un convenio de casi treinta años y le desahucia. Desahucio administrativo, sí, pero desahucio. Que el Presidente de los empresarios cree que no se están haciendo bien las cosas, le insulta públicamente, sin importarle que fue miembro de su equipo de gobierno en la anterior legislatura. En Carnaval, un bando en el que el señor Alcalde dice lo que se puede y lo que no se puede hacer. Que el Ayuntamiento necesita dinero, pues firma un crédito de un millón de euros y no da explicaciones a nadie ni a la oposición ni a sus propios concejales.
Más grave es lo de la Residencia de Mayores. Desde el principio nos sorprendió que aceptara nuestra propuesta. Pero tenía truco. Después de gastarnos tres millones de euros del Plan E, pretende alquilársela a una empresa privada. Le da igual que el dinero sea público. El que manda es él y hace lo que le da la gana.
Y luego está lo de la Junta. A la Junta se le culpa de todos los males de Navalmoral, de todos, desde el primero hasta el último. En Navalmoral, cuando los niños peperos se portan mal, no escuchan de sus padres “que viene el coco”, lo que oyen es “que viene la Junta”.
Hay quien dice que en Navalmoral tenemos lo que nos merecemos, yo creo que nos merecemos algo mejor.
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